Todos nos caemos alguna vez, muchas veces. 
De una bicicleta, de una silla, de una cama, de una grada.
Por un empujón, por una distracción, por cosas de la vida.
En la calle, en la plaza, en la pieza, en la vida, frente a todos, o sin que nadie esté viendo.
Constantemente estamos cayendo en esta vida, las caídas forman parte de esto. 
Las caídas están incluidas en la lista de términos y condiciones de la vida que todos firmamos sin saberlo al nacer.
La vida está llena de caídas, físicas y emocionales, y las segundas son las que duelen más. 
Las caídas duelen, pero uno puede aprender a caer y a sanarse más rápido.
Y que lindo es saber caerse, romperse, rasparse, sangrar y llorar, y saber que después todo va a volver a estar bien.
Que bueno es ver como caemos, como nos damos contra el piso, contra la vida, y ver lo frágiles que somos, lo humanos que somos, lo fuerte que somos, todo a la vez.
Que bueno es caer y volver a levantarse, una y otra vez, repetitivamente y por siempre.
Aprender a caer es aprender a vivir. Es aprender a hacerle frente a la vida.
Aprender a caer es aprender a levantarse, y de esto se trata la vida.