Su nombre era sencillamente 'Osi'. Era del color de la mantequilla de maní, tenía el pelo corto como un cepillo y una estatura mediana que le hacía llegar hasta mis rodillas.

Cuando pienso en él lo primero que me salta a la mente es el recuerdo del día en que falleció mi abuelo, y creo que fue uno de los días más dolorosos para Osi. Tiempo después el también nos dejó.

Eran como las 6 de la tarde. El auto fúnebre llegó y bajó a mi abuelo en su ataúd. Obviamente que Osi no sabía lo que había pasado, o al menos eso creíamos nosotros.

Quizás entendió todo lo que dijimos, quizás veía tristeza en nosotros, quizás el ya había presentido que algo malo iba a pasar, quizás volvió a reconocer el olor de mi abuelo cuando llegó. No sé, nunca voy a estar seguro de cómo hizo, pero estaba desesperado e inmediatamente salió a la calle a recibirlo con ladridos.

Pasaron las horas, mucha gente yendo y viniendo. Muchos abrazos, caras tristes y algunos llantos. Osi estaba acostado estáticamente.

Al día siguiente llegó la hora de la despedida definitiva. El auto fúnebre volvió, todos salieron del salón, y un par de señores ayudaron a quitar el cajón.

Durante ese tiempo no recuerdo haber visto a Osi. No sé dónde estaba ni que estaba haciendo, y la verdad es que creo que ni siquiera estaba pensando en él en ese momento, y dudo que alguien más lo haya hecho.

Nos subimos al auto de mi mamá. El auto fúnebre partió, y nosotros íbamos detrás. En la esquina escuchamos unos ladridos desesperados. Primero Osi se acercó a nuestras ventanas, y corriendo giraba alrededor del auto como siempre hacía para recibirnos a despedirnos a un par de cuadras
de casa y con dos metros de la lengua colgándole hasta más no poder.

Pero sus ladridos no eran los de siempre. Eran ladridos que nos dolían a todos. Eran ladridos de tristeza, de desesperación, de no saber qué hacer.

Después corrió hasta el auto fúnebre y empezó a saltar por la puerta trasera por donde habían metido el ataúd donde descansaba mi abuelo.

Ladrada, aullaba, y giraba su cabeza con una mirada de desesperación, de ayuda, de paren el auto y bájenle a ese señor que siempre me molestaba y jugaba conmigo.

Nos pusimos todos a llorar en el auto. Hasta ese momento habíamos tratado de mantener la calma y sobrellevar el momento de la forma más tranquila posible,
pero lo que estábamos viendo en ese momento pudo más.

Vimos una tristeza que nunca antes habíamos visto en Osi. Sin duda estaba sufriendo, y sin duda quería demostrarlo, y lo estaba haciendo.

Corrió unas cuantas cuadras más y luego paró. Se quedó.

Lo encontramos después, triste, desganado. Y así siguió por algún tiempo hasta que murió atropellado por un auto. También recuerdo la tristeza del día de su muerte.

Llegó a casa cojeando. Nos dijeron que fue atropellado. Sin embargo entró lentamente a casa hasta el lugar donde siempre le gustaba acostarse a descansar. Nadie se animó a ayudarle en ese trayecto porque veíamos que estaba lastimado y cualquier intento de levantarlo podía haber resultado demasiado doloroso tanto para él como para nosotros.

Se acostó y estiró su cabeza, y nos miró. Levantaba su mirada aguada para mirarnos. Si alguien caminaba a su costado, le seguía lentamente con una mirada asustada que pedía claramente que nadie le toque.

Llamamos al veterinario, tardó unos minutos en llegar; los suficiente para que todos reaccionáramos y nos echáramos a llorar de impotencia, de ver que Osi estaba sufriendo y que no podía hacer nada por el además de acariciarle la cabeza y decirle que pobrecito, que le queríamos, que tranquilo Osi, tranquilo...


Este disparador forma parte del proyecto de escritura 30 días de escribirme del blog de escritura de Aniko Villalba. El proyecto consiste en escribir todos los días usando 1 disparador creativo por día durante un mes. 


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